Cristián Gárate

I opened the blog with the hope to contribute with my perspectives to the common issues of our present societies.

Thursday, November 03, 2005

Volví a Sudamérica después de 3 años.



La llegada no fue tan compleja, ya que para aclimatarme un poco aproveché de hacer una visita a mis amigos en Barcelona, por una semana. Barcelona, como de costumbre, llena de turistas que normalmente llegan para disfrutar de las bondades de la ciudad y lo hacen sobretodo en el verano, para ungirse al calor del sol y el agua del Mediterráneo, condiciones que son esquivas sobretodo en el norte del continente europeo. Por otra parte, esta ciudad está también llena de sudamericanos, en su mayoría colombianos, ecuatorianos, peruanos, bolivianos y argentinos, quienes han venido a buscar un futuro mejor, sea estudiando o trabajando. Barcelona los acoge a todos y gracias a la pequeña apertura del gobierno español a la inmigración, después de los ataques del 11 M, muchos han podido mejorar su status ilegal y salir de la economía de la explotación sumergida; que es un sistema de esclavitud de facto, que recae en Europa sobre los ciudadanos llamados de segundo y tercer mundo y que ha sido implantado muy exitosamente en países como Francia, Holanda y Suecia, donde se necesita mano de obra barata para servicios de poco valor agregado, pero gran valor social y que es proveida por inmigrantes o también llamados cabezas negras, que muchas veces son mantenidos burocráticamente al margen de la legalidad o bien dentro de la legalidad pero al margen de la sociedad. En fin, eso es lo que sucede menos en Barcelona donde sudamericanos legalizados, junto a otros europeos, africanos, asiáticos, árabes y centro y norteamericanos coadyuvan al pujante desarrollo e interesante entramado político, social, económico y cultural de la ciudad. Los Catalanes lo saben y sin perjuicio de la creciente presión por la inmigración, mantienen orgullosamente su propia historia y tradiciones, que guardan celosamente, por sobre la historia de su pertenencia a la cultura de la España mayoritaria. Aquella que vive en bellísimos parajes y ciudades, pero donde de día y de noche sobran las tapas y se multiplican las copas, que terminan en la boca de una cuantiosa masa de gente intrascendente y vacía de contenido. Esta vez, tuve la oportunidad de conocer las playas hacia el lado de Tarragona. Pequeñas playas mediterráneas con ciudadelas completas, donde se ofrece buen alojamiento, buena comida, precios comparativamente más baratos y gente encantadora.

Mi aterrizaje en Sudamérica, en Buenos Aires, una semana después fue a raíz de un congreso internacional. Todo estuvo muy bien organizado por la asociación argentina, sobretodo en cuanto a las ofertas de diversión para los congresistas, que venían de diversas partes del mundo y todos se pudieron llevar la mejor impresión de las diferentes regiones que estaban representadas con su música, vestimentas y comidas en las múltiples recepciones que se ofrecieron en lugares de primer nivel. El clima estaba un poco frío, dado que se había retrasado un poco el comienzo de la primavera. Buenos Aires, ciudad predominantemente europea en su grandeza de principios de siglo XX y claramente sudamericana en su miseria del siglo XXI. No obstante, los porteños y bonaerenses continúan llenando los incontables cafés, restaurantes y clubes. Y los turistas aprovechan la crisis económica para comprar y pasear a precios regalados. Buenos Aires permanece, no ha cambiado mucho desde hace tres años, pero es un hecho que se viene paulatinamente a menos. No obstante, la gente sigue sosteniendo todo con su fe y con la esperanza de que en algún momento sobrevendrá un cambio político salvador y estabilizador. El lento paso del tiempo, el deterioro natural de las cosas, sin que se vea mucha renovación urbana, la conservación de lo mínimo del patrimonio arquitectónico y cultural. Por otra parte, la explosión del consumo, los centros comerciales, las ofertas de viajes, los locales de entretenimiento nocturno y diurno. Frente a eso uno se pregunta, de dónde entonces saca dinero la gente durante esta crisis, si los supermercados están llenos, lo mismo que los centros comerciales. Me subo a varios taxis y estos conductores ilustrados, no titubean en elaborar un análisis político y económico como si hubiesen hecho un curso de postgrado en economía, derecho y ciencia política en Harvard. Es que han conocido de todo en materia de políticas económicas y recorren su ciudad y ven la realidad cotidiana; no necesitan teorías macroeonómicas que vengan a graficarles su mundo real. Son increíbles, manejan el vocabulario y hablan con soltura de la inflación, deflación, paridad cambiaria, libre mercado, proteccionismo, tasas arancelarias, uniones aduaneras y el Mercosur. Incluso, al decirle que soy chileno, un taxista me pregunta si me parece razonable que el realice una inversión con sus pocos ahorros en un Fondo Mutuo en Chile, dado que prefiere tener su dinero en una inversión rentable y segura al otro lado de la cordillera. ¡Vaya, pregunta para un recorrido de 10 minutos y 1 dólar en taxi!

Buenos Aires es una ciudad que no se detiene y por su volumen humano sólo es comparable con Sao Paulo y eso no lo conocen ni lo sienten los Europeos. Porque es preciso haber nacido en este continente para entender qué hay tras el palpitar de estas dos capitales. Como en otros países de la región, en estas ciudades tampoco se contienen los cada vez más notorios contrastes propios de las naciones de nuestro continente. Esto es, extremos bolsones de riqueza y extremos bolsones de miseria, ambos cada vez más notorios. El bello sector de Puerto Madero con sus departamentos, restaurantes y boutiques, que está tan solo 15 minutos del Barrio de la Boca, con sus villas miserias y vendedores ambulantes y artistas de la calle. Un espectáculo de pobreza y dejación al lado de un espectáculo de renovación y riqueza. Buenos Aires a las seis de la tarde, los cartoneros recorren la ciudad, para llevarse lo que pueden, son como un ejercito de pequeñas y eficientes hormigas, cargan el material en que se envuelven las mismas chaquetas de cueros, zapatos y artículos de lujo que se producen y venden en avenida Florida y en cada esquina del centro, con un engañoso sistema de Tax Free, que invita al turista a gastar más. Buenos Aires, a las nueve, las prostitutas y los proxenetas se instalan cerca de los hoteles de lujo; son chicas jóvenes, inmigrantes, protegidas por otros chicos, buscan su clientela en euros o en dólares para sobrevivir. Los restaurantes, llenos de clientes adentro y limosneros afuera, comienzan la atención de punta a las 22 pm y la gente recién comienza a salir para aprovechar la noche hasta las 5 o 6 am de la mañana, algo impensable en el viejo continente. Otra cosa que no deja de sorprender para el ojo del que viene de Europa es la juventud en las calles, los chicos y chicas, abrazados de la mano, demostrando sin tapujos su afectividad y los niños jugando, mayoría de población joven, también junto a población vieja, en su mayoría activa. Las calles bullente de actividad, personas que van y vienen buscando oportunidades para seguir adelante con sus vidas.

Argentina es un país rico en cultura, idioma, mezclas étnicas, una bella geografía. Lamentablemente, Argentina, a pesar de ser un país rico, es un país mal administrado, y tiene a la clase media ahorcada en las deudas del consumo básico que representa la educación, la vivienda y la salud. Mi impresión, paseando unos pocos días en la Argentina de hoy, es que la situación de crisis política y económica es estructural a la forma como los mismos Argentinos se comportan entre sí. La situación económica agobiante solo se mantiene porque es un país con una tremenda tradición civil y una cultura de respeto a las diferencias étnicas y a la diversidad e incluso de respeto a las mismas sutiles formas de improbidad moral, que hacen que algunos obtengan beneficios en desmedro de otros, a cambio de favores o por simples compadrazgos. Pero no es improbable que en un mediano plazo se produzca una explosión social de proporciones, más pronunciada que aquellas relativamente recientes de Santiago del Estero o Rosario. Esta vez, dirigida precisamente contra aquellos que, parapetados en sus mansiones y quintas, salen en lujosos automóviles y cubiertos en sus refinados cueros se vienen a caminar a veces en esas mismas callecitas de Buenos Aires, respirando una opulencia intolerable, donde otros respiran una pobreza vergonzosa. Y mi impresión es que de haber una explosión social, lo será menos contra los políticos y su corruptela, que muchas veces ven entrabada su gestión por esos mismos miembros de la oligarquía económica, que tratan de sembrar la confusión y propenden sus intereses económicos subyacentes de forma torcida y que de todas formas desean continuar profitando de la inequidad extrema. Tal vez, ese es el no se qué, que se siente en las hermosas callecitas del Buenos Aires, como frasea el tango.

Mi llegada a Chile fue fácil. Para los chilenos atravesar la cordillera de vuelta siempre ha sido un placer. El avión sólo se demora 1 hora y media y las actuales condiciones de vuelo, de arribo al Aeropuerto y conexión a Santiago, son simplemente comparables al de un país desarrollado. Durante el vuelo, lo más notable es que después de estar tanto tiempo lejos, se produce una extraña emoción cuando desde la ventana del avión comienza a levantarse el cordón umbilical de nuestro país que llega a altitudes impresionantes. Parece aún más grandioso, cuando uno simplemente lo ha recordado y no lo ha apreciado por mucho tiempo. Eso acompañado del efecto de la primavera, poderosa en nuestro continente, mostraba durante el sobrevuelo, una cadena montañosa agresivamente blanca, con el Aconcagüa deslumbrante, coronado por un sol espectacular.

Mi impresión del Santiago de hoy, de visita por 20 días y después de tres años, es que ha cambiado bastante y en forma positiva. Bastante mejor por las autovías, los centros comerciales y supermercados, los centros de espectáculo, los centros médicos, los centros de cine y de espectáculos, restaurantes, bares, los institutos, universidades y las edificaciones en altura. En fin, una urbe que progresa en la senda de ser más eficiente con sus habitantes en cuanto a la oferta de bienes y prestación de servicios; por cierto, todos ofrecidos en una salvaje competencia mercantil. Santiago se siente de día y de noche, como una capital novedosa y en algunos sectores acogedora para el ciudadano y el turista y, además, bajo el exitoso sistema económico imperante, bastante segura para el inversionista extranjero.

Santiago dejó de ser una capital mediocre, para empezar a convertirse en una ciudad con un poco más de definición y apertura global. Existe un creciente y moderno desarrollo de la infraestructura y la funcionalidad, propios del desarrollo económico. Con todo, la ciudad, no es bonita en términos de arquitectura; la ciudad no es atractiva tampoco por su oferta cultural, ni menos por las paupérrimas salas de teatros, salas de conciertos y lugares espectáculos, que no se condicen con la calidad de muchos artistas que tienen una notable trayectoria; tampoco, en la infraestructura deportiva. Menos es Santiago una ciudad refinada en el hablar y gesticular de sus habitantes. En cambio, Santiago es una ciudad sumamente atractiva por la montaña, los rios, la nieve, algunos parques y plazas y arboledas en las calles, la cercanía con santuarios de la naturaleza, el mar, el bosque, las plantaciones de frutas y las grandes viñas, los pequeños parajes entre cerros y los valles transversales.

Creo, lo más trascendente es sentir el Santiago de la gente joven, los chicos, los niños todos buscando sus vidas, sumergidos en un interesante tejido social que divide a ricos y pobres de manera brutal. En particular, siempre imaginé a Santiago como una ciudad que refleja un país basado en una estructura de castas encubiertas, un discreto diseño social estratificado. Así, el uso de un tergiversado castellano, determinado por la situación de la familia; una educación básica, determinada por el costo del colegio o liceo; una educación profesional, determinada por el acceso a la universidad o instituto donde se estudia; todas, condiciones que van diseñado una trama social donde la movilidad es escasa. Esto, condiciona también el barrio donde vivimos y el lugar donde se va de vacaciones; asimismo, la ropa que se usa y dónde se la compra, los bares y cines que se frecuentan; y hasta cosas tan simples como la manera de caminar que sirven, definitivamente, para etiquetar a las personas y clasificarlas cívicamente.

Desde Santiago, se percibe una sociedad en donde, para la persona, el estar bien identificado al interno de los que forman su pequeña comunidad o red implica un pasaporte seguro de sobrevivencia en la jungla de la segregación civil. Santiago es una ciudad reflejo de Chile que es un país en donde las diferencias, marcan las diferencias. Santiago, no es una ciudad de socorros mutuos, sino que una urbe donde las interacciones humanas se construyen bajo un principio de exclusión social fundada en una moralidad aviesa. En esencia, el chileno sigue siendo clasista, racista, sexista, nacionalista y excluyente de todos aquellos que no conoce. Y eso es algo parece estar asentado en la idiosincrasia de todos los que están acostumbrados a vivir en un país civilmente disjunto y no desean, al parecer, cambios fundamentales en esas circunstancias. Esto se produce, creo, en gran medida como resultado de un proceso histórico asentado en la ignorancia. Lo anterior, a pesar que el chileno en general es un tipo afable y curioso, pero que no es capaz de superar el vértigo de su propia ignorancia. Es decir, no es capaz de reconocer que otras personas, viniendo de otras concepciones y trasfondos, que pueden ser contrarios a su propia concepción de mundo o las convicciones de su pequeña comunidad, son seres apreciables y pueden aportar mucho en su entorno y cultura. Lo anterior, me parece, es válido tanto si se proyecta al interior de una ciudad, como Santiago, como si se ve en el contexto del país en su vínculo con otras naciones y culturas vecinas. Por lo mismo, al interno, el ciudadano común no tiene confianza en la gente de su propia ciudad y menos con el forastero que se le presenta, salvo que sea introducido por un compadre o amigo que valide al personaje. Más aún, incluso postularía que, este fenómeno se produce por temor, ya que el chileno en general tiene un claro sentimiento de inferioridad y prefiere protegerse en su idiosincrasia. Este fenómeno, que solo el desarrollo y apertura económica ha permitido ir mitigando, ha facultado al chileno para comprar más cosas y salir de a poco del país a ver otras realidades, donde las estructuras sociales son menos rígidas. Pero, el vértice del problema está en que el chileno en general no es una persona culta, educada, permeable y criteriosa. Incluso hoy, se demuestra en una sociedad donde abundan los tecnócratas, que aplican correctamente fórmulas micro y macro y están más preocupados de los grandes números y las estadísticas de las encuestas, que de la ecuanimidad del sistema y de la buena vecindad.

Otra arista del problema, creo, es que la segregación social en Chile no se da solamente en términos de las clases más pudientes respecto de las menos pudientes. En efecto, la discriminación social en Chile es directa respecto de aquellos que se perciben más cultivados, más pudientes económicamente o bien más influyentes políticamente; pero también la discriminación social en Chile es reversa, respecto de aquellos que se sienten menos educados, con menos recursos económicos o con nula participación en el mundo político. Es de esta forma que nuestra discriminación directa y reversa opera en los niveles más sutiles y en los niveles más gruesos, tanto respecto de los chilenos entre sí de clases altas a bajas y viceversa, como respecto de los extranjeros que viven hoy en nuestro país. Además, he podido comprobar que este fenómeno de discriminación opera también en los chilenos que se han asentado en otros territorios en el exterior. Ahora bien, mi impresión estando en Chile es que la necesaria presión que han ejercido en los últimos 15 años los chilenos retornados de la dictadura y los inmigrantes peruanos, bolivianos, argentinos, cubanos, brasileños y la creciente presencia de norteamericanos y europeos están colaborando para fracturar o bien erosionar el sistema de castas implícitas en que vive nuestro país. Lo anterior, se une al hecho que las diferencias sociales se hacen cada vez más evidentes en el actual modelo económico y la necesidad de solución, ya son parte de la conversación política para un país de creciente éxito en el manejo de las grandes finanzas privadas y públicas.

Así, mi impresión al visitar Santiago, es que la necesidad de una auténtica solidaridad social en Chile es urgente y debe materializarse en la sociedad chilena no como una simple aplicación de la teoría del chorreo marginal, impuesta desde la trinchera del neoliberalismo macroeconómico extremo o como una sesión de 24 horas de mea culpa social, en un planificado show de televisión una vez al año. En este sentido, si existe hoy un consenso en que los postulados del neoliberalismo resultan válidos como modelo económico para nuestro país, deben morigerarse sus falencias, permitiendo que la riqueza que se ha generado en los últimos 30 años redunde en el bienestar de las personas; y no solamente sea reportada en los estados financieros de los grupos económicos y en el superavit del presupuesto fiscal. Eso se puede lograr en el mediano plazo acrecentando la redistribución directa de la renta nacional a través de programas focales sujetos a fiscalización posterior y, en el largo plazo, mejorando sustancialmente la educación de los futuros técnicos y profesionales; asimismo, mejorando el acceso y sostén al crédito empresarial y profesional, para que los mismos estudiantes tiendan a la creación y mantenimiento de nuevas pequeñas y medianas empresas de bienes y servicios. Pero, en el estado actual, como consecuencia de del peculiar apartheid social a la chilena y la carencia de solidaridad entre los estratos, se percibe a través de los medios de comunicación y especialmente en la televisión y diarios, una exacerbación de la violencia y delincuencia, síntomas de una creciente tensión social.


Finalmente, otro aspecto que llama la atención es que los artistas y las personas dedicadas a abrir espacios de cultura en Chile no han podido superar del todo la invalidez y postergación heredada. Ese tremendo potencial intuitivo, sensibilidad artística y profunda creatividad, que se reflejaba en flujos emotivos muy potentes e iluminadores para toda America latina no han podido ser del todo retomadas. La diáspora cultural chilena no ha podido ser superada por las generaciones de artistas que vieron alterada su creación artística y que aún ahora se devanean en una estructura económica, donde la obra de arte debe estar más al servicio de producir una objeto vendible, más que una creación cultural de cualidades sensibles. Lo peor es que en el discurso político actual no se divisa una necesidad de impulsar acciones culturales envolventes.


A mi juicio, aún cuando se pretende mejorar la educación, para hacer de este país una nación más desarrollada, debe impulsarse prioritariamente la creatividad artística a la edad escolar. No me parece muy plausible que aquellos que son formados para resolver problemas en el ámbito laboral puedan obtener alguna inspiración en su desempeño posterior, si no tienen algún contacto con el mundo sensible. Creo que un sistema educacional que no vincule al alumno sistemáticamente con las artes es un sistema que crea gente con discapacidad intelectual, ya que se pierde todo el incentivo que las personas obtienen del área creativa. Lamentablemente, el sistema de hoy no estimula al artista que hay en cada alumno y es esa área la que permite precisamente la especulación y la solución, el invento y su aplicación, la innovación y la tecnología. Menos aun, el sistema da prioridad al deportista que eleva su cuerpo y mejora su potencia física estimulado por un afán de superación . Nuestro sistema, como pude revisar, se encapricha con formar alumnos que entiendan de formulas y finalmente de llenar correctamente las alternativas en las pruebas. Lo anterior, permite seguramente tabular mejor tablas de resultados y determinar tendencias y estadísticas educacionales con el fin de establecer comparaciones. Pero, el axial de vincular los contenidos educacionales entre el aprendizaje intelectual y el artístico e integrar la actividad deportiva no parece un objetivo en nuestro sistema de aprendizaje. Asi, el país no puede pretender dar un salto hacia el futuro.